ANTONIO CASTILLO LASTRUCCI, BIOGRAFÍA.

¿Quién era Antonio Castillo Lastrucci? 

Antonio Castillo Lastrucci nace en la Ciudad de Sevilla el 27 de Febrero de 1882, falleciendo en la misma el 29 de Noviembre de 1967. Es uno de los mejores escultores que ha dado Sevilla a lo largo de su historia, aunque también trabajó para otros puntos de la provincia, Andalucía y España y fuera de nuestra nación.



Fue el tercero de seis hijos que tuvo el matrimonio formado por Eduardo Castillo del Pino (sombrerero de profesión) y Araceli Lastrucci del Castillo. Sus hermanos se llamaban Manuel, Eduardo, Amalia, Arturo, Adolfo y el propio imaginero Antonio.
 
Su formación tuvo lugar en la Escuela de Artes Aplicadas y Oficios Artísticos de Sevilla, además de ser discípulo de otro gran escultor Antonio Susillo Fernández, cuyo taller estaba frente a donde vivía el futuro alumno (hoy conocida como Antonio Susillo), Su cercanía a Antonio Susillo, a quien admiraba desde niño, le fue inculcando un amor hacia la escultura que iría creciendo con los años. De su maestro no sólo heredó el gusto por el modelado y la temática civil de su primera época, sino que tomó además la absoluta dedicación por el trabajo, pues decían quienes le conocieron que «no gustaba tanto de cafés como de encerrarse en el taller». y al que asistía gracias a que un sobrino del escultor le llevaba para hacer figuritas de terracota. Era tal la destreza que tenía que el futuro maestro dedicó más atención al nuevo alumno que a su propio familiar.

Llegado el año 1905 contrae matrimonio con Teresa Muñoz García, de esta unión nacen ocho hijos: Antonio, Concha, José, Manuel, Amalia, Adolfo, Araceli que falleció a los pocos meses de edad y Rosa. Al fallecer su primera esposa contrae segundas nupcias con Amparo León Retamar, de esta unión nace otra hija: Amparo. Datos familiares dados por la familia Castillo, que en algunos sitios por Internet y libros estaban equivocados.

 Castillo fue demostrando, poco a poco, su valía como imaginero lo que le hace ganar varios premios. En 1915, la Diputación de Sevilla le concede una beca para estudiar en París y Roma, su primer destino iba a ser Roma, pero por la recién iniciada Primera Guerra Mundial no puede asistir, teniéndose que ir a estudiar a París, después, en Madrid, continúa ampliando conocimientos.



Su primer taller de trabajo lo instala en la empresa sombrerera de su padre, allí trabaja y desarrolla todos los géneros artísticos (relieves, bustos, grupos escultóricos, detalles taurinos que era un aficionado) con mucha dedicación.

Poco después monta una academia de escultura (la primera que se crea) en un inmueble junto a la Basílica del Señor del Gran Poder. Esta empresa le duró poco más de año y medio debido a la escasez de recursos económicos que le prometieron y nunca llegaron de la diputación de Sevilla.

 
El impacto que produjo el misterio de la Bofetá en 1922, su primera obra para las cofradías sevillanas, demuestra que Castillo Lastrucci sabía que su talento podría revolucionar la Semana Santa y no perdió la oportunidad de demostrarlo en cuanto tuvo ocasión. A partir de entonces, las críticas más escépticas fueron silenciándose conforme se estrenaban sus creaciones y crecía su popularidad.

A las generaciones actuales, que han crecido en contacto directo con los medios de comunicación e internet, les resultará complicado evocar el asombro que levantaba la procesión de sus pasos de misterios en una ciudad, con un acceso limitado a la cultura en su mayoría, que no acostumbraba a tan fastuosos y teatrales espectáculos. Sólo así podríamos valorar también la rápida aceptación de sus dolorosas, cuya belleza cotidiana conectó con la piedad popular sevillana, proclive siempre a hacer suya las imágenes titulares de las hermandades.

En sus misterios sorprende la capacidad narrativa de los hechos en unas composiciones sencillas, donde priman el sentido descriptivo y la intención de impresionar al primer golpe de vista. Éstas se definen por la posición preferente de la imagen, un tanto hierática y distante, de Cristo como recurso para conseguir la sensación del instante detenido. A su alrededor todo un repertorio de figuras secundarias, conectadas entre sí gracias a los ademanes y gestos elocuentes, suspende la narrativa y confiere al conjunto un diálogo cerrado, contrastando el arrojo de unos con la contención de otros en una recreación que entra de lleno en lo ritual. La influencia constante de la pintura de historia, concebida con el mismo fin didáctico y representativo, es evidente en la inclusión del concepto del fondo ambiental mediante el atrezzo, el feismo identificativo de las personalidades y las poses efectistas, como la colocación de los brazos de Pilatos, con los que logró la primicia de introducir al público en el misterio de la Presentación al Pueblo.

Sus llamadas dolorosas castizas son fruto de una sensibilidad estética que rescata la belleza de su presente para, como Romero de Torres, sublimar la hermosura de la mujer andaluza como vehículo espiritual. En palabras del artista, «se trataba de tomar del modelo vivo lo esencialmente humano y luego divinizar la expresión». El encanto femenino, por lo tanto, no es un fin, sino una síntesis mística y evocadora de la belleza verdadera y perdurable.



Aunque trató diferentes variantes iconográficas, fijó su prototipo de Crucificado en la imagen titular de la hermandad de la Hiniesta. Se inclinó por la representación de un Cristo muerto, que retoma los patrones de Montañés y Mesa y que se distingue por una mayor estilización del canon. El ángulo tan acusado que forman los brazos le concede una caída aplomada a la figura, que emociona por su serenidad y dulzura.


En 1923 instala su taller en otro lugar de la ciudad y se dedica de lleno a realizar imágenes procesionales

A partir de este momento, y ante el éxito de las tallas anteriormente mencionadas, Castillo Lastrucci recibe encargos de hermandades procedentes de toda la geografía española.


 

Está considerado como uno de los mejores escultores del siglo XX, ya que después de la Guerra Civil realizó numerosas imágenes para hermandades como San Benito, San Gonzalo, La Redención, La Hiniesta, La O, La Estrella, Los Panaderos, La Macarena, La Bofetá, etc. Algunas de las cuales habían sufrido graves pérdidas en su patrimonio como consecuencia de la contienda militar. Algunos de sus discípulos fueron sus propios hijos Manuel, Antonio, José y Adolfo, además de José Ovando Merino, Antonio Eslava Rubio, Rafael Barbero Medina y José Pérez Delgado.

Esculpió solamente una imagen de un Cristo Resucitado, en 1945, que se encuentra en Villanueva de Córdoba. Y realizando prácticamente todos los misterios de la Pasión, sólo faltándole la representación de Jesús ante Herodes, la Santa Cena y la Sagrada Lanzada aunque de éstas dos ultimas existen en el taller los bocetos de éstos misterios aunque nunca se llegaron a realizar.
Si hay un nombre citado en todas las jornadas de la Semana Santa sevillana, ése es el de Antonio Castillo Lastrucci. A su talento e inspiración acudieron no pocas hermandades durante el pasado siglo XX para conseguir unas obras, que no sólo forjarían el particular estilo del artista, sino que terminarían marcando la idiosincrasia de la cofradía.



Antonio Castillo Lastrucci fue recordado como un hombre serio, decente, amable, dinámico y muy trabajador. Las anécdotas que han permanecido en la memoria de algunas hermandades, que en momentos difíciles acudieron a él, nos descubren a un profesional honesto y solidario. Su mundo fue el taller de la calle San Vicente, donde durante cuarenta años se entregó a su oficio.

Aunque el nobismo cofrade trató de emborronar su trayectoria con tópicos, recientemente la historiografía artística especializada ha rescatado su compleja personalidad y su fecunda producción imaginera, cuya fuerza descansa en su conexión con el pueblo. Medio siglo después de su muerte es innegable que la Semana Santa de Sevilla y Castillo Lastrucci conforman una unidad indivisible, que nos retrotrae a la memoria una galería de personajes peculiares, fantásticas escenografías y toda la gracia de la mujer sevillana, en definitiva, la ciudad feliz de los veinte, la complicada de los treinta y la difícil de la postguerra. Concibió su obra para ser vista en la calle, llevada por costaleros y acompañada por la música. Por ello esta efemérides debe ser aprovechada para celebrar su figura y buscar su espíritu aún presente en cada uno de sus pasos.  Para encontrarlo sólo hay que salir por Sevilla y sentir su Semana Santa.



En 1966, se le rotuló una calle de la collación de San Lorenzo-San Vicente con el nombre de Imaginero Castillo Lastrucci. Al año siguiente se produce su fallecimiento por insuficiencia cardíaca. Como trabajador deja más de 450 imágenes realizadas con sus manos , hace ya cincuenta años. Al día siguiente recibió sepultura en una ceremonia que fue todo un tributo cofrade y social, pues al homenaje de las hermandades se sumó el reconocimiento político cuando sobre su féretro se le impuso la Medalla al Mérito del Trabajo, concedida meses antes por el gobierno español.

Actualmente sus restos se encuentran en la Parroquia de San Julián de Sevilla. Concretamente a los pies de una Piedad que el propio escultor realizara e hizo una copia casi idéntica para la localidad de Daimiel porque nunca se quiso desprender de dicho grupo escultórico.

Datos venidos de su vínculo familiar.




Mausoleo en los Pies de Nuestra Señora de la Piedad de
la iglesia de San Julián de Sevilla.

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