ADOLFO ARENAS CASTILLO

11 de Mayo


Ciertamente me ha llegado un conocido y agradable olor a madera de cedro y mis pies han tenido la grata y juvenil impresión de pisar viruta y lascas de madera recién gubiadas. En lo mas profundo de mis ojos se han abierto puertas de luz casi olvidadas dejando al descubierto y desfilando rostros tan conocidos como queridos para mí, muchos de ellos habitantes del aquel viejo taller de la calle San Vicente 52 y que servían para despertar la lógica ilusión de lo ya iniciado pero aún por hacer, primero en el niño y más tarde en el joven que apenas había cruzado los umbrales de los hoy nostálgicos veinte años. Mis manos han vivido, de nuevo, la especial sensación de la caricia, entre curiosa y admirada, de serrín , y con los obstáculos de algunas brusquedades pendientes de lijar, del torso de un Cristo, o la sorpresa y el mimo de la finura de los rasgos en la mascarilla de una Dolorosa. Intento vanamente, pues sólo es recuerdo, quitar de mi blusa algún tozo o mancha del barro con el que se moldeaba y veía surgir poco a poco, hora tras hora, el grupo de un lance taurino, los ángeles alados de un proyecto monumental, o el alarde imaginativo de un misterio pasional recién encargado. En este sueño que ha despertado del pasado, siempre estaba él, pelo canoso, boina de estar en casa, traje completo, bajo de estatura, ojos brillantes que miraban los tuyos hasta lo mas profundo, voz afectuosa, y pregunta esperanzada .... ¿Te gusta?.

Párrafo cogido de un artículo realizado por Adolfo Arenas Castillo para el libro publicado por Antonio de la Rosa Mateos. CASTILLO LASTRUCCI, Su obra.


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